‘Caso Gurlitt’: un enigma alemán
Persiste el misterio sobre el paradero
del octogenario marchante alemán Cornelius Gurlitt, que ocultó durante décadas
1.500 obras, algunas desconocidas
Diario "El País".- "JUAN GÓMEZ Múnich 9 NOV 2013
Soldados estadounidenses rescatan en 1945 del castillo Neunschwanstein de Fussen (Alemania) tres valiosos cuadros de colecciones expoliadas por los nazis.
No consta si el octogenario Cornelius Gurlitt había leído
los cuentos del detective Dupin cuando decidió, hace medio siglo, que la mejor
protección para su tremendo tesoro artístico sería dejarlo en un piso normal y
corriente, al alcance posible de visitantes inoportunos o cacos de medio pelo .
La incriminatoria carta robada del cuento de Poe escapó a la policía porque estaba a la
vista de todos, como una carta cualquiera.
La colección de arte de Gurlitt pasó más de 50 años
perfectamente camuflada en la insignificancia, tras una puerta sin particulares
sistemas de blindaje o alarma y una placa metálica con el apellido de un
propietario en el que nadie reparaba. Su edificio en el barrio muniqués de
Schwabing muestra la sobriedad elegante propia de los mejores años 50 alemanes,
pero aunque no cabe dudar de la vecina del sexto cuando la proclama “una casa
decente”, nada en el 1 de la Artur-Kutscher-Platz sugiere que el anciano del
quinto ocultó allí, durante décadas, 1.500 obras de artistas de primera fila,
entre ellas algunas piezas desconocidas hasta hoy.
El misterio que rodea el caso persiste desde hace una
semana. Una foto deHitler y la fabulosa suma de “más de mil
millones de euros” abrieron entonces boca en el semanario Focusa la novelesca historia de una colección perdida con
obras de Picasso, Matisse, Beckmann, Macke o Durero de la que nadie supo hasta
2010. Unos funcionarios de aduanas sospecharon en ese año de un anciano que
llevaba 9.000 euros encima al regresar desde Zúrich a la capital bávara.
Investigaron durante dos años y, en febrero de 2012, obtuvieron una orden
judicial que les dio acceso al piso de Cornelius Gurlitt.
Hildebrand Gurlitt, su padre, había sido uno de los pocos
marchantes elegidos por los nazis para vender las piezas de arte degenerado que
hicieron retirar de los museos y galerías públicas. También hacía negocios con
familias judías que tuvieron que dejar Europa. La Fiscalía sospecha que una
colección guardada de aquél modo en un piso particular podría estar compuesta
de obras robadas a familias judías durante la dictadura de Hitler.
El propio Hildebrand sufrió represalias por su parcial
ascendencia judía y por su proximidad a las vanguardias artísticas, pero
colaboró con el régimen traficando con las piezas degeneradas por
una comisión de al menos el 5%. Los Aliados lo sabían cuando lo detuvieron en
1945 en el castillo de Aschbach, al norte de Baviera, donde había escapado
huyendo del Ejército Rojo proveniente de su ciudad natal Dresde.
Los especialistas estadounidenses en preservar el patrimonio
artístico europeo durante la II Guerra Mundial, conocidos como monument men, le
requisaron 163 piezas. Se presentó como una víctima y explicó que tuvo que
trabajar para los nazis tras perder su negocio en los bombardeos aliados. Logró
que le devolvieran su colección en 1950. En la documentación que queda en
Washington sobre aquellas obras requisadas y devueltas figuran algunas halladas
ahora en el piso de su hijo. Entre ellas, un autorretrato de Otto Dix que la
Fiscalía de Augsburgo presentó el martes como una obra de arte desconocida
hasta ahora. El garrafal error demuestra cómo Baviera se ha negado a colaborar
con expertos internacionales para resolver el misterio de Gurlitt.
Hildebrand murió en un accidente en 1956. Su madre declaró a
las autoridades alemanas que habían perdido los cuadros y los archivos
familiares durante los masivos bombardeos aliados de Dresde. Pero todo indica
que ella y su hijo Cornelius vivieron de lo que sacaban de aquella colección
supuestamente calcinada. A él no se le conoce otra ocupación que cuidar las
piezas heredadas y sacarlas a la venta con cuentagotas.
Cuando dieron con ellas en 2012, las autoridades acusaron a
Cornelius Gurlitt de apropiación indebida y de evasión fiscal y, tras informar
al Gobierno de Angela Merkel, encargaron una investigación a la experta
berlinesa en arte degenerado Meike Hoffmann. No se informó a las
asociaciones de supervivientes del Holocausto ni a las organizaciones que
representan a las víctimas de los nazis. Los fiscales aspiraban a que nadie se
enterase del asunto. Lo lograron durante un año y medio.
“Lo contrario, como se está viendo ahora, es contraproducente
para la investigación”, dice al teléfono el fiscal de Augsburgo Matthias
Nickolai. Es ostensible la irritación entre los funcionarios que llevan el
caso. El hallazgo causó sensación en todo el mundo y provocó un aluvión de
críticas y de reclamaciones. La presión, mediática y política, crece a diario
incluso proveniente de Estados Unidos, adonde escaparon muchas familias judías
huyendo de los nazis. También Berlín pidió a las autoridades bávaras que
aceleren el proceso de identificación.
La experta Hoffmann investiga 500 de las 1.400 piezas
halladas. Desbordada por la atención, responde a los correos con un texto
automático de disculpa.
Asombra que ni ella ni la Fiscalía preparasen una estrategia
de comunicación por si el asunto salía a la luz. Ahora se limitan a pedir
tiempo, el mismo que podría faltarles a los supervivientes de la rapiña nazi
con posibilidades de recuperar obras perdidas. Se niegan los fiscales a
publicar una lista completa con imágenes en Internet. La capacidad de
autocrítica no es la primera virtud de la implacable máquina funcionarial
alemana. Dice el fiscal Nickloai que no saben dónde está el sospechoso, pero
sostiene que “la Fiscalía siempre ha sido capaz de encontrarle”.
Gurlitt tiene una casa en un barrio patricio de Salzburgo,
en Austria, donde no lo han visto desde hace tiempo. También ha contado con
otro piso en el barrio de Schwabing. Hace dos años invitó allí a expertos de la
galería de Lempertz, de Colonia, para mostrarles el último de los cuadros que
vendió para vivir. Se trata de un gouache de Max Beckmann titulado El domador de leones. Karl-Sax Feddersen, asociado de
Lempertz explica que “ese piso estaba limpio y bien amueblado”.
La vivienda del tesoro se ve, en cambio, desordenada y mal
ventilada, con cartones de zumo de uva y otros embalajes apilados hasta un
vestíbulo oscuro que huele a cerrado. Gurlitt dijo a los galeristas que los
recibía en la casa de su recién fallecida madre. Ella vivió en la misma
dirección donde se han encontrado los cuadros. Posiblemente, en la vivienda
contigua del mismo edificio.
El flemático Feddersen se entusiasma levemente con el beckmann que
vendieron para Gurlitt: “De lo mejor que hemos tenido en la casa”. El
coleccionista compartió los beneficios con la familia de Alfred Flechtheim,
galerista judío que tuvo que malbaratar o abandonar muchas piezas cuando escapó
de Alemania en 1933.
El hijo del marchante Hildebrand “sabía lo que tenía”, pero
no mostró apego sentimental hacia la obra, que llegó “ligeramente dañada y
sucia”. No les ofreció más obras ni mencionó el resto de su colección. El
anciano vestía correctamente, con traje y se mostró reservado y cortés. Los
mismo creen recordar de él los vecinos de su piso en Schwabing. Tal destreza
adquirió Gurlitt en pasar desapercibido que hoy, tras una semana copando
portadas y noticieros de todo el mundo, nadie sabe siquiera si sigue vivo.
'La dama sentada', pintura de Henri Matisse hasta ahora desconocida, en manos de Cornelius Gurlitt.
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